sábado, 6 de febrero de 2010

"DESPACIO" (4-X-2009)

Este fin de semana hemos terminado el montaje -a la espera de iniciar, mañana mismo, el de "El sabio mudo"- de nuestro nuevo trabajo de género documental. Se titula "Despacio" y son cincuenta y dos minutos que relatan unos pequeños pliegues, unos pocos ejemplos, de la vida en una villa y ciudad llamada Trujillo. Desde el inicio del proyecto hasta la fecha de su fin han transcurrido seis largos años de idas y venidas, años plagados de sabores y sinsabores. Finalmente, el operador de cámara Rafa Mellado ha terminado de un plumazo el etalonaje y ya tenemos listo para su exhibición el programa, cuando aún ni siquiera hemos tenido tiempo de mover adecuadamente a su inmediato antecesor, "Juan de Labrador, la mosca en la uva". Tendremos pues, un otoño para vendernos, incluida la renovación tantas veces postergada de nuestra página en internet."Despacio" tiene una peculiar característica: por primera vez en nuestros veinte años de trabajo, uno de nuestros documentales carece de narración y de música. El sonido directo y las (pocas) palabras de quienes en él participan, son la banda sonora del relato, del que, en particular, estoy muy, pero que muy satisfecho. Ayer mismo le decía a Rafa, al repasarlo, que raramente se da la circunstancia de que algo que terminas se parezca tanto a los que habías imaginado.





DESPACIO, un documental de Libre Producciones
Se conoce, en el lenguaje de la teoría de la comunicación contemporánea, como “silencio documental” al resultado de una búsqueda excesivamente restringida en una base de datos, que deja, en la invisibilidad de lo no descubierto, silenciada, una parte importante de la información relevante que en principio querría localizarse. A la inversa, se denomina “ruido documental” al resultado de una búsqueda tan abierta que impide, por la innecesaria abundancia de lo hallado, alcanzar lo importante.

Se sabe también que tiene la conciencia de la percepción o sensación humana un umbral mínimo, a partir del cual ésta existe, y uno máximo, a partir de la cual se convierte en tan predominante que cualquier adición a su estímulo resulta inoperante.

Finalmente, está la cuestión de la perspectiva, que no es sólo una teoría filosófica o literaria. La conciencia de dos sujetos frente a la misma proyección en la misma sala de cine puede diferir, sin duda, pero habrá seguramente más similitudes que distancias entre ambas percepciones, frente a otras perspectivas que podamos imaginar: la que se vive en una guerra, la del tripulante de un barco carguero en un puerto del trópico, el pastor nómada de una estepa asiática, la católica de Wisconsin ante una nave gótica, el vecino de una población que nos resulta cercana... Ninguno de ellos está en el cine ni ve una película, ninguno comparte la misma experiencia de un juego de la representación humana compuesta de luz, color, formas y movimiento, que, como en el común entretenimiento de buscar las diez diferencias entre dos dibujos aparentemente idénticos, enzarza precisamente los debates sobre la diferencia de lo visto y lo oído, lo percibido por quien, por gusto estético, por rutina, casualidad o cualesquier otro motivo, han visto el mismo DVD, el mismo programa de televisión, la misma proyección en una sala, el mismo track audiovisual de Youtube.

Etiquetas como la del llamado “cine directo”, nacido de experiencias de, real o aparente, inmediatez a la directa del individuo, son tan difícilmente aplicables como cualquier otra de las referidas al séptimo arte. Sin embargo, nos atreveríamos a lanzársela a la bien promocionada producción de “El gran silencio”, que tanto interés ha despertado últimamente, a la luz de ensayos como el de Ángel Gayán, “El cine como metáfora”.

Dos horas de silencio ante la vida cartuja, sin duda un prodigio de montaje, que permite al público extasiarse a sus anchas y contemplar detenidamente el cuerpo y la expresión humana en traje talar de los habitantes de un conventual (¿quién ha oído hablar de las monjas cartujas?) masculino por excelencia. La oral profesión de fe que cierra la película, documental, reportaje o como se quiera denominar, y, sobre todo, el (¿unánime?) aplauso de público y crítica ante la experiencia de la ausencia de sonido en que discurre el argumento de la película, acaso por conseguir que el espectador pueda, durante la proyección, escucharse a sí mismo, reaccionar en ese generalmente asediado espacio de la propia intimidad, de la subjetiva autoconciencia. “El gran silencio” es una referencia inexcusable, por lo inefablemente difundida, para ayudar a entender lo que se pretende en el filme “Despacio” cuyo rodaje en una diminuta ciudad histórica europea pretende retratar parte de lo que el silencio (o el ruido) documental, en el sentido técnico antes mencionado, acostumbra invisibilizar en las pantallas de cine.

Hoy en día, la persecución de un retrato parecido, por motivos socio-históricos, ha quedado subsumida en la mayor parte de Europa, por insuficiencia de recursos, situaciones, contextos y personajes reales que pudieran ilustrarla, al ámbito exclusivo de la ficción, de la reconstrucción más o menos histórica y verosímil. No aquí, donde el discurrir de la vida cotidiana guarda aún atisbos que resultan, a gran parte del público, atractivos en la persistencia de una atemporalidad aún documentable, aún fenómeno aparente al observador que emplee en ello, ante todo, la paciencia.

Sin duda, para la representación casi idílica de un mundo entre medieval y moderno, pulcramente renacentista, debido a menudo al buen quehacer histórico de cine británico o continental, como en el estupendo filme de “El oficio de las armas” (Ermanno Olmi, 2000), que ilumina enormemente la lectura de un clásico eterno como “El príncipe” de Macchiavelo, éste hubiera podido ser escenario apropiado: lugar casi italiano, pequeña menina de la historia, ocasionalmente rural y magníficamente conservada, una ciudad cuyo perfil recuerda casi ineludiblemente el que en su día pintara, de Toledo, El Greco, o esas severas estampas de Segovia o de Ávila que fueron, el su momento, el culmen del exotismo en la pujante metrópolis londinense de dos siglos atrás. Es ya difícil hallar, en esta España de la expansión demográfica de las últimas décadas, un núcleo histórico de semejante categoría que ofrezca una imagen, en la distancia y también en la cercanía, semejante.

Pero no es ése su único, acaso ni siquiera su principal valor en cuanto a documentar, audiovisualmente, un trocito de realidad se refiere. Y es que no es fácil encontrar en otro lugar, unido a la magnificencia de su entorno, la intrahistoria cotidiana y humilde que persigue, despaciosamente, este medio metraje: la menuda epopeya de una vida que funde los elementos humanos y los del mundo natural. Una existencia que, como el agua escondida bajo tierra, fluye singularmente en los alrededores y el interior, arbolado de torres, de esta fotogénica comunidad urbana. Si "Spain is different", el mil veces traído y llevado eslógan, contiene mil pequeñas verdades para, todavía, refrendarlo ante ese público extranjero o local llamado turismo, cabe todavía, desde Extremadura, aportar unas señas de identidad que elevan lo localmente rústico y señero a lo más universalmente global.

En su sorprendente día a día, el que con esta producción se pretende buscar, el trabajo de cámara y el riguroso sonido ambiente pretenden ser los fanales para un cinema-verité sin más pretensiones que hacerse eco de ese eco que puede acercar aún al espectador europeo, y no a través de la reconstrucción ficticia del decorado o de la invención digital, la visión de una historia aparentemente remota en un escorzo que, perpetuando imágenes, formas y colores posibles del pasado en el presente, permite, bajo el corro del ruido contemporáneo, hallar algo del milagro improbable de la contemplación de lo que fue y aún, de algún modo, de otro modo actual, es todavía.

Porque la referencia al presente ( a ese todavía presente que, acaso para el futuro, se pretende de algún modo conservar en toda grabación o registro, sonoro, fotográfico o audiovisual), y, sobre todo, al presente demorado del plano-secuencia, al presente no tocado, más que con la vista del objetivo, propio del género documental, es inexcusable en esta producción. Acercar, propiciar que la experiencia del espectador comparta la percepción inimitable, casi el lujo, de asomarse a sus calles y arrabales, a la vida diminuta y solemne que alberga, en esta época que tanto ha arrasado el pasado en otros lares, entre sus ríos y sus sierras, la bimilenaria población. Bajo el reino de Castilla alcanzó su esplendor, pero no es la falsa recreación de ese pasado ido, o su momificada reproducción, sino el cariñoso registro de lo realmente inmediato de cualquiera de sus mañanas, nuestra finalidad al abordarla. Inmediatez, que, buscando diferenciarse de la prisa y el tráfago de tanto cine documental, reportaje o crónica en nuestros días, pretende también eliminar todo diálogo que no sea el del entorno y el ser humano, el del paisaje y la persona, la individualidad que lo habita.

Porque a menudo las gentes hablan entre ellas, porque a menudo el entorno dialoga con sus gentes, pero pocas veces escuchamos conversaciones ajenas, vivencias a las que no estábamos destinados.

Despacio, pasa la vida. Despacio, viene la muerte, tan callando, como decía Gómez Manrique. Entre ambas, nuestra percepción puede ser confusa o demorada, apurada o intensa. No habiendo, como tantas veces ha reiterado la filosofía contemporánea, nada más profundo que la superficie sensorial que se nos muestra, si algo puede lamentar el formato audiovisual es no ser también táctil, palpador, incluso gustativo. En realidad, no importa tanto dónde se ponga la cámara como lo que tenga delante: dos extremos de la misma realidad perceptiva, unidas por el lazo de la mirada, de la atención que acerca el medio técnico al mundo en torno.

Se habla también mucho, en nuestros días, de cine reflexivo, casi como antinomia de ese cine directo que antes mencionábamos. Pero ¿de quién es la reflexión? Dejar, tras la belleza o el significado más directo de las imágenes, que cada espectador medite a su albedrío sobre la realidad que este filme que pretende retratar, limitando hasta silenciar por completo todo monólogo de una voz en off que comente lo que pueda en él verse, es su otra apuesta estética. Convencidos de que el mundo real puede merecer registro, pero intentando que éste sea lo menos policial y controlador posible, trabajando despacio sobre lo que despacio trascurre, intentaremos ofrecer al telespectador la metonimia, más que la metáfora, del mundo de la vida.

¿Y no es ésta, incluso como espectáculo, lo máximo que todos, al margen de nuestra perspectiva, al margen de nuestros umbrales cognitivos de conciencia, podemos, hoy en día, como siempre, anhelar?


Ana Baliñas describiendo "Despacio"

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